domingo, 6 de mayo de 2012

Fue como un sueño, un mal sueño


Como tantas veces en sus ciclos de sueño, aunque últimamente permaneciera la inquietud como postura dominante, Carly repetía con ensoñaciones próximas a una aparente veracidad lo que le había afectado, sin saber muy bien porqué. Tal vez se le fijara en el subconsciente y cobrara caprichosa presencia, son las cosas que tiene el subconsciente, vive libre y alegre, viene y va cuando le cuadra. Esa noche parece que le dio por venir ¡y de qué manera!, trayendo escenas en las que presenciaba, reviviendo, los sucedidos. Un salón de bar, no muy grande con una rojiza luz cálida y leve, como de velas, aunque suficiente para iluminar a todos, contenía a un grupo de gente, unos diez o doce, en una aparente arenga, en la que se repartían los papeles para una persecución, armados y seguros. Demasiada gente para RAY que buscaba con un insólito y suicida atrevimiento la culminación de su venganza. Antes pudo comprobar con sus propios ojos como a su amigo, quien él mismo había involucrado en los designios de la fatalidad, a base de torturas, aquellos que ahora se encontraban en el interior de aquel estrecho bar le habían quitado la vida y le mostraban para su escarnio, erguido en un ridículo ataúd como insolente muestra de consecuencias ante futuros posibles desmanes de otros; qué era aquello sino una terrible demostración del poder y la manera de ejercer su domino, algo que  RAY  no estaba dispuesto a aceptar y se enfrentaba con orgullo y valor suicida, él sabía que hay veces que poco o nada importa la vida propia. Gracias a ese convencimiento se le otorgaba su hándicap de ventaja a sus violentos encuentros, formaba parte de su ser, de su historia, que en ese momento preciso estaba dispuesto a reconstruir de nuevo, tras su huidizo paso por la serenidad de una familia, la que le había alejado de su mala vida. Pero todo se había venido abajo, ahora sus circunstancias se lo demandaban, aquello era morir o morir, sus grandes valores arrastrados por la afrenta estaban por encima de su vida. A su favor, la sangre fría, su dominio atrevido, su aparente seguridad, su historia, su prestigio, su todo o nada; en su contra, doce contra uno; suficiente desventaja para prever su final.
Un visible rifle de dos balas rompe la atención en el bar, que ahora se dirige a un solo punto: la boca de ese cañón, que lentamente escudriña a quien destrozar el pecho. Con inquietud la línea recta que busca destinatario de la bala pregunta en su vaivén por el dueño del bar, que se acerca inocente, es el único desarmado, pero no es tiempo para noblezas, no hace falta apuntar, la presa está cerca, aun así, como regocijándose en la ejecución apuntando con exactitud le dispara a boca-jarro en el corazón. RAY no da explicaciones de nada y busca con su cañón de nuevo a Littlle Johnny a quien no conoce, de la mortal amenaza se apartan como aclarando el camino para llegar a la siguiente víctima, que se presenta como tal. Littlle Johnny es valiente como RAY, pero son dos fuerzas contrarias de la que sólo una podrá salir victoriosa.

-¿Por qué has matado a un hombre desarmado?
- ¿no era el dueño del local?
-¡Si, pero no llevaba armas…!
- Aquel, quien exhibe a la puerta de su bar a mi amigo de esa manera, debería de estar armado…
Littlle Johnny, entonces, se le acerca enfrentándose a él, diciéndole:
-Usted es Ray Mannie de Missouri, el asesino de niños y mujeres...
-Así es...
-solo le queda una bala, ¡chicos!  Cuando me dispare a mí, lanzaros a por el - dijo vehementemente agitado y con las manos a punto de desenfundar su pistola. Parecía tener un improvisado plan por que salir airoso de la imposible situación de un rifle apuntándole a dos metros de su pecho. Ray se concentraba en apuntarle despacio como quien goza el momento de su terrible venganza, seria y segura. No lo duda y aprieta el gatillo, pero la bala no sale. Es el momento de que la jauría humana se abalanzase sobre él, a la vez que todos sacan sus armas. Con seguridad da un paso atrás doblando una rodilla mientras le lanza el ya inútil rifle a la cara de Littlle Johnny, esto es algo que despista lo suficiente a todos  para que RAY eluda la primera avalancha y le sirva para desenfundar su pistolón y escupir certeros disparos que eliminan a los ahora sorprendidos adversarios. Primero a Little Johnny, que cae contundente en el centro, seguido de otros cuatro más. Mientras él sabía dónde disparar y donde protegerse, los demás  buscaban inútilmente a su oponente, que con seguros disparos y movimientos los eludía.  Alguna bala, no sé si perdida o intencionadamente dirigida, traspasó el papel donde esto escribo, llevando a su paso letras que eran recuerdos, que se estaban grabando en tiempo real. De la televisión brotaban, vísceras arrastradas por trozos fundentes de plomo despedidos por enrabietados golpes de gatillo.
Hubo una pausa repentina para este intenso y efímero momento; ya no eran doce sino siete los que veían la efectividad de RAY, que había terminado con su líder y sus más bravos compañeros. El miedo los agarrotó, ellos no eran asesinos, sino simples vecinos airados, que temían por sus vidas, si sus razones se hubieran armado de ventajas hubieran seguido adelante, pero la situación era la misma que antes de las cinco muertes. Ray advierte a los temerosos de su final, estos vencidos bajan las manos y tiran las pistolas al suelo, no tendría sentido llegar a lo mismo, no hay sacrificio posible y salen asustadizamente arrastrados del sitio en el que se había desencadenado la sanguinaria masacre. Ray, recoge un rifle del suelo y se acerca a la barra, busca una botella de Whiskey dando la espalda como si ya nada le importara, ni su miedo, ni su rabia, a la consecuencia de su ira desparramada por el suelo. Se sirve y se bebe dos vasos con tranquilidad, pero…, Littlle Johnny mal herido intenta desde el suelo levantar la pistola que tiene en su mano, Ray lo percibe, da un rápido giro y le pone su bota en el antebrazo para impedírselo, a la vez que le apunta con la pistola que contiene la única de las seis balas que le quedaban en ella. Le apunta al pecho de nuevo y le dispara sin dudar. Mientras sale del local, va relatando por la calle a viva voz lo que les pasaría a quien se atreviera a impedir su huida. Hay entonces, quien semi oculto en una calleja le tiene a tiro, en el punto de mira, puede dispararle, no lo hace…
Para, total, llegar a verse arrastrado a la soledad huidiza del tiempo que se va, nos lo dice el  crepúsculo enrojecido por un sol decadente, él ya lo sabía, era la base de su última demostración de valor, su brevedad, es su resignado triste final.
Rafael Cuevas

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