miércoles, 15 de febrero de 2012

ELOGIO DE LA BICICLETA

Elogio de la bicicleta
1
No le tengo cariño a la máquina, es más, me parece ridículo quien alardea de hacerlo y hasta le pone nombre, porque una de dos, o se tiene tanto corazón que es capaz de abarcar con ternura y cariño hasta las simples cosas o, se es un imbécil triste desgraciado que vuelca sus frustraciones en semejantes demostraciones de afecto, y en ambas hay algo que chirría. No se le puede coger cariño a una máquina si anteriormente no se han dado muestras de haberlo vertido en exceso hacia sus semejantes y como esto nunca es posible, lo otro no es sino una perversión del personal mundo de las emociones con lo que uno se interrelaciona. Dejémonos pues de alardes de tal índole y vayamos a la realidad de la relación hombre-bicicleta que no es otra que la que se tiene con una herramienta que dispone de unos cuantos mecanismos sencillos y cuya función es la de servirnos de vehículo para desplazarnos y trasportarnos de un lugar a otro, donde esa herramienta en cuestión debe de estar ajustada para que de acuerdo a nuestras exigencias responda con precisión.

2
La cosa cobra una especial dimensión cuando saliendo de lo estrictamente mecánico y físico de la relación, se alcanza estados relativos a las percepciones y emociones personales del ciclista, sirva como ejemplo retrotraerse a la infancia, cuando la bicicleta representaba diversión.
Es cierto que en tiempos pretéritos se disponía de un ímpetu, un impulso vital que traíamos “de serie” junto con la capacidad física. Nadie nos enseñó a manejar con corrección a la máquina y recuerdo aquellos despropósitos, como la imposible relación plato-piñón subiendo la cuesta y su consiguiente suplicio y aborrecimiento o, las incómodas posturas con las que circulábamos que nos habrían provocado insufribles lesiones de por vida si las tuviésemos hoy, pero aquellos eran tiempos en lo que lo importante eran otras cosas; quien tuviera una bici tenía una joya, pero no se sabía que esta era un diamante en bruto. Tal vez por eso se produjeron en quien no supo verlo desafecciones o no se supo valorar su grandeza intrínseca.

3
El otro día coincidiendo con una serie de circunstancias adversas tuve que dejar de lado mi habitual rutina ciclista con la que vengo disfrutando de un tiempo a esta parte y sentí una incómoda sensación cuando me vi relegado al prosaico mundo de los viandantes en el que con la lentitud de los pasos propios de caminar, debía recorrer una aburrida ruta; qué aburrido, pesaroso y vulgar me supuso ese trámite de respiración pausada. Algo que me reafirmaba en mis convicciones bicicleteras.

4
Cuando uno se eleva un tanto sobre el suelo, (muy poco, escasamente medio palmo) y encima al alzarse planta su entrenado soberano sobre un sillín, ve las cosas de diferente manera.

5
Para esto de la bici habría que empezar por tener un cierto estado de forma, el cual no sabría decir si para alcanzarlo ha resultado muy costoso o no, pues, este parece diluirse en la cotidiana rutina que lo mantiene. Lo que si se puede decir con rotundidad es, que el haber huido del vicio del tabaco ha resultado ser de imprescindible importancia para ello; siendo esto algo parecido a romper esa bola cautiva que arrastra un preso y le mantenía hasta entonces limitado en sus movimientos. Bien es cierto que desde la óptica del quien sólo alcanza a ver el horizonte desde la llanura no es nada parecido con lo que lo logra ver desde las cumbres.

6
Algo muy a tener en cuenta cuando se decide el uso de la bicicleta como vehículo es la disponibilidad de su presencia, esto es, el tenerla a mano. Nada nos desanimaría más que el ir a buscarla a un garaje incómodo y lejano, para cojerla, para dejarla. He de reconocer que en mi caso si no hubiera sido por el haber hecho de la bicicleta un inquilino más en el interior de la vivienda y pasar a ser, fuera de su utilidad, un molesto trasto que siempre estorba, no habría formado parte continua de su maravillosa circunstancia.

7
Éramos niños, en la única habitación de la que disponía nuestra vivienda, siendo esta una humilde casa baja (aunque con patio), jugábamos los tres hermanos que en ella dormíamos. Muchas veces, quizás –visto hoy- resultaran pocas, guiados por nuestro maravilloso capitán –mi hermano mayor- a la tenue luz del atardecer, en una semioscuridad, jugábamos que en nuestra mágica ilusión estábamos en el interior un submarino, y sería esto tal vez, por haber visto las tantas películas de guerra, en la que la acción se desarrollaba alrededor de semejantes artilugios marinos, tan llenos de relojes y utensilios mecánicos, ruedas que habrían puertas, movían motores, subían periscopios. Nosotros utilizábamos la bicicleta, -la única que teníamos para los tres- a la que se le daba la vuelta apoyada ahora sobre el manillar y el sillín, subida sobre la mesa, de manera que estuviera al alcance de nuestras manos, las bielas y las ruedas, y como si mecanismos de los submarinos de tratara nosotros girábamos y maniobrábamos como marineros. Sería también, que debido a esa magia que sentíamos tanto y tan íntima por lo que casi siempre a nuestro capitán le entraban ganas de cagar y tenía que abandonar el barco rompiendo el hechizo con su marcha. Era la bicicleta una máquina, convertida por encantamiento, en algo fascinante gracias a que nosotros nos encargábamos de dejarnos llevar por un prodigioso embrujo.

8
Pasaron los años y con ellos las inquietudes infantiles se convertían en desquiciados proyectos juveniles, como aquel en el que pretendíamos construir un torno de cerámica de manera tal, que queríamos sustituir la pesada piedra que se tiene que patear para hacer girar la base sobre la que se apoyan para moldear los cacharros de barro, con los que construiríamos vasijas y demás, sustituir digo, por el elemental mecanismo de biela, pedal, cadena y piñón; con todo esto ensamblado y nuestro impulso hacer rodar ese torno. Como la vieja y ya oxidada bicicleta a base de pasar los inviernos a la intemperie había pasado a parecer inservible, no se nos ocurrió otra cosa que utilizar sus piezas para semejante hazaña inventiva. No es necesario entrar en pormenores para decir que el proyecto terminó a medias, con la bicicleta, sesgada por varios sitios, en la basura. En este caso la misma nos sirvió como una ingeniera, o ingenua, ilusión de proyecto alfarero.

9
En cierta ocasión vi una foto, de estas que circulan por Internet, en la que se veía una bicicleta que estaba absorbida en el interior del tronco de un árbol. Alguien debía haber olvidado una vieja bicicleta apoyada sobre ese árbol, y este con los años, al ir creciendo, habría dividido su tronco e iba envolviendo a la bici hasta elevarla en su crecimiento unos metros del suelo y parecer formar parte del mismo tronco. El curioso trabajo del azar, de la dejadez o de la premeditación nos dejó una imagen impagable de la bicicleta en semejante estado.

10
Otra vez, siendo casi adultos, -uno nunca llega a ser adulto del todo (afortunadamente)- y fumador empedernido –el mundo me había hecho así- decidimos recorrer una pequeña isla de las baleares, -es tan pequeña que se rodea en un par de horas, a lo sumo tres- para lo cual nada mejor que alquilar unas bicicletas por un día, es algo que sale económico y da mucho juego. Al principio circulando por el llano lo tomamos con gran ímpetu que fue decayendo con el tiempo y sobre todo por la cuesta que nos llevaba a la pequeña montaña situada al norte y que posee unos cortantes acantilados impresionantes; es tan pequeña como subir a un décimo piso, pero por una sinuosa carretera rodeada de pinos. Al poco de enfrentarnos con la subida, pudimos comprobar como en una bicicleta de paseo sin cambios, o se gozaba de gran fortaleza física o se disponía de un método que aplicar al ascenso, como por ejemplo mantener un ritmo pausado y continuado, sin preocuparte tanto de lo que tienes delante, que era el que tenía P.L. y que nos dejó boquiabiertos por su hazaña, mientras los demás sufríamos lo indecible, con terribles dolores de piernas y falta de aliento, que nos obligó, por último, a subir andando. Este suceso me vino a enseñar en su día lo importante de dosificar el esfuerzo sobre la bicicleta siendo esto algo que requiere de un método a aplicar, manteniendo “un ritmillo”, cada cual el suyo, con el que no sufrir tantas penurias que al final acaban por minar la simpatía ciclista.
continuara...

1 comentario:

Juan Antonio H. dijo...

Por lo que veo la (oda )a la bici va a tener recorrido, y nunca mejor dicho, jejeje.
Esta primera entrega de algo me suena algunos de los puntos.

Donde quedaron aquellos viejos trastos, pesados e incómodos, que un servidor también sufrió…yo llegue a ponerle a mi, tronco-bici, freno de pie, como si aquello la pudiera hacer mas alada, ¡ingenuo! De todas maneras a mi vieja Orbea roja, la olvide un día en un trastero del pueblo, y cuando fui consciente de lo valiosa que me fue un día, ya no la pude recuperar…lo que si puedo decir, es, que mi primera bici me dejo un recuerdo imborrable…a pesar de todo.

PD: me encanta, la flor de pasión, lucentina, jejeeje , me ha hecho pasar un rato muy pero que muy agradable